
"¿Hay algún voluntario o voluntaria que quiera subir al escenario y probar mi látigo?
La voz de Monique suena meliflua, hasta tierna. Veo que uno de sus dispares ojos brilla en la oscuridad. Se refiere a mí. Me está llamando.
He gozado siendo inmovilizada, recibiendo azotes y aceptando la servidumbre sexual a cambio de expiar mi sadismo oculto. Pero nunca he tenido un amo."



"Recuerdo que admiraba a Luisa Lane, no porque se acostara con un superhombre (*) sino por haber logrado esa exclusiva ególatra, aquella portada y doble página de entrevista en las que narraba sus vuelos nocturnos sobre la capa de Superman y los rascacielos de Metrópolis. Ni siquiera sacó la grabadora y, con toda seguridad, tiró los apuntes al retrete. No le hacían falta.


"Estoy dentro de la cárcel y me he quedado sola. El día anterior había desistido de la protección policial pese a las advertencias de que corría peligro caminando como cualquier visitante por los pabellones de asesinos, ladrones, narcos y violadores de Lurigancho, el centro penal de hombres más peligroso del Perú. Sobre todo porque había estado aquí en los últimos tres días. Aunque no había podido alejarme de la oficina del jefe de seguridad, ya bastantes presos sabían que era reportera y que estaba dando propinas y cigarros a los que se quitaran la camiseta para enseñarme sus tatuajes. Se había corrido la voz de que vendría hoy, un miércoles de visita femenina, y las autoridades penitenciarias me esperaban para llevarme a dar uno de esos tours de prensa después del cual uno siente que el penal está resucitando la bondad de los hombres y que incluye un almuerzo. Así que decidí venir como una mujer más que va en busca de su preso".