jueves, 14 de agosto de 2008

Tirarse a la piscina

Columna Sexografías. El País.
Gabriela Wiener 11/08/2008
En la piscina de mi barrio pasan cosas extrañas. De un tiempo a esta parte no dejo de pensar en algún misterio gordo escondido bajo sus aguas celestes, como en la piscina de Cocoon. Es inevitable pensar en un nido de extraterrestres viéndolos ahí, sumergidos hasta el cuello, a la vista sólo sus pequeñas cabezas de siliconas y sus antifaces de Aquaman. Son los bañistas de polideportivo, seres despersonalizados por sus trajes de baño y sus movimientos rítmicos, flotando en su elemento como fideos en una sopa. Por eso mi incredulidad al descubrir que estas criaturas no son asexuados, sino que están aquí aposta para lanzarse miradas de 50 metros planos, para hacer exhibicionismo submarino y perderse en el laberinto de vestuarios y duchas con una pequeña toalla como único escudo.
No hace falta más que hacer una breve tipología del bañista de barrio: a) El entrañable chulopiscinas. b) Las viejitas del aquagym mirando embelesadas al monitor de turno. c) El gay ligón en mini slip. Y d) La tía regia que se mueve como si fuera Ludivine Sagnier en The Swimiing Pool. ¿Qué tienen las piscinas que son tan favorables al ligoteo? ¿Tiene el cloro propiedades afrodisiacas? ¿Por qué se ruedan tantas escenas porno en estos depósitos de agua? ¿Por qué en Gran Hermano siempre hay una alberca y una pareja follando? ¿Por qué existe el Kamasutra de piscina? ¿Es verdad que los tíos meten sus penes en los skimmers?

Analicemos una vez más la respuesta de Woody Allen a la pregunta "¿Es sucio el sexo?". Respuesta: "Sólo cuando se hace bien". Me parece un principio básico, por eso no entiendo cuál es el sentido de hacerlo con tanta agua alrededor. Salvo que estés en un charco fangoso, el agua evoca higiene y es contraria a los factores de olor, sabor y tacto. Que alguien si no intente embuchar algo sin olerlo o probarlo antes. Ni qué decir de la omnipotencia del agua en menoscabo de ese antídoto contra las fricciones lastimeras llamado lubricación natural: los fluidos íntimos son como los ríos que van a dar a la piscina, que es el morir.

Pero no hay que decir de esta agua no beberé. Argumentos a favor del sexo piscinero: es la síntesis perfecta entre lo municipal y lo individual, una actividad colectiva con derecho a roce. La piscina es una gran cama pública climatizada y el agua una sábana transparente que deja entrever, adivinar o deducir (infinitivos muy eróticos) que lo de la superficie no es nado sincronizado. Una razón final es la sensación de ingravidez y la confianza que da el agua como red amortiguadora, perfecta para trapecistas y aficionados a poses que en tierra firme serían sinónimo de fractura. Advertencia: no intentarlo en la bañera.

Gabriela Wiener es autora de Sexografías (Melusina, 2008).

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